Hay universos de pequeñas cosas, cientos, miles, millones de pequeños universos que se crean con los recuerdos, vivencias del día a día.
Pequeños flashes que retumban en los mares del recuerdo como barcos que surcan en busca de nuevos puertos a pesar de las mareas y oleajes que pretenden que vuelvas a llegar a la orilla que ya no tiene puerto para ti.
Y esos pequeños universos son como castillos de naipes que se derrumban con el último adiós, aquel que no hace más que traer silencio.
Universos donde los amargos trenzan flores para adornar fronteras, universos que haces florecer con los colores más bellos del mundo, la luz de las sonrisas, el brillo de las miradas, pero universos que pueden terminar derrumbándose como aquellos castillos en el aire que creas con tu imaginación.
Todo puede ser derribado, hasta el universo que creías más bello y que es la vida sino crear esos universos de pequeñas cosas que o bien, te dan la vida o te ponen un pequeño obstáculo en el camino que debes recorrer.
Universos propios que creamos cada día el despertar, que alimentamos y regamos con las risas, los abrazos, los besos y las caricias quien tenga la suerte de tenerlos.
A veces vuelan libres, otros son efímeros, otros nos hacen felices al crearse, otros duelen cuando los ves languidecer, pero universos propios de cada uno al fin y al cabo.
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